Debo reconocer como ya me es costumbre que no me es nada fácil
comenzar algo improvisado, pero esta vez fue totalmente diferente pues tome un
pincel un color de tempera al azar, y comencé a tirar rayas al azar y luego
seguí pintando y finalmente me gustó lo que quedó, era raro, no la mejor obra
de arte que se haya hecho en el mundo, pero era mía y con eso bastaba.
Una vez separados los trozos de nuestra pizza nos juntamos
todo el grupo en el centro de la sala y debíamos intercambiar un trocito mío
con un trocito del compañero que me encontrara en el camino, fue súper tierno
esto pues lo entendí como el hecho de darle a otra persona algo que es tuyo y
que es importante y además recibir algo de esa otra persona que tiene el mismo
sentimiento, en el tan poco tiempo que llevamos de conocernos y compartir el día a día, es increíble el
hecho de cómo nos encariñamos y apreciamos a las personas y al fin y al cabo
estas se vuelven parte importantes para nosotros.
Luego de recolectar los 8 trocitos nuevos de pizza volvíamos
al círculo nuevo que habíamos recortado y debíamos pegar cada trocito y armar
una nueva obra de arte. Esta obra era mucho más hermosa que la anteriormente
hecha, ya que esta era el complemento perfecto entre los sentimientos de mis
compañeros y los míos, ya que esa forma de ordenar cada uno de los trocitos es única
para cada persona.